Héctor Domínguez Ruvalcaba

Crónica

Las efímeras imágenes de Ecatepec


De manera sorpresiva, el poblado logró otorgar al cronista una visión universal de las cosas. Los murales en las bardas, en todo caso, nos recuerdan a las ciudades de Los Ángeles o Nueva York

Por Héctor Domínguez Ruvalcaba
21 Octubre 2013

Bienvenidos al país de los barrios, las bardas, las rayas, las bombas y los personajes emparedados a la intemperie, en los pasadizos de la prisa urbana. He vuelto a Ecatepec después de un año, con mi amigo Manuel Amador. Un amable taxista local nos trasladó por las colonias Hank González, San Pedro Tambo, Los Bordos, Tepeolulco y El Mirador. Desde Santa Clara el Gallito, el punto en que convergen el antiguo camino a San Andrés y la autopista México-Pachuca, hasta el Parque Bicentenario y el arroyo de San Andrés de la Cañada, en cuyas aguas putrefactas puede leerse una larga historia de indolencia, miseria y desprecio por la vida; un relato de imágenes sobrepuestas, de colores agonizantes, de garabatos virtuosos hechos a toda velocidad que irrumpen con nueva potencia sobre otros más, los que a su vez tacharon a los más antiguos, los que lánguidos sobreviven escondidos en los trazos escuálidos de otros tiempos, otras pugnas, otros taggers, acaso ya caídos y olvidados —flores de vida breve como las metáforas del rey Nezahualcóyotl, el ancestro más conocido de estos hombres de colores.

Muralismo viral, compulsivo, ejemplar, recuperativo, egocéntrico, lúdico, surrealista, esquemático, colorido, enamorado, crítico, homenajeante, derechohumanista, insolente, absurdo, cómico, sobrio, piadoso, nacionalista: la proliferación temática no cesa, ni la efímera presencia deja de ostentar la prodigalidad de figuras y la audaz combinación de colores, como si la historia visual de nuestras calles navegara en el torbellino de un caleidoscopio. Será una suerte que volvamos a encontrar el mismo mural a la vuelta de un año. Un tag impertinente y desafiante llegará tarde o temprano a tacharlo, o el mismo autor o crew volverá de tanto en tanto a repintar lo que generalmente consiste en pintar un nuevo mural.

En el verano de 2012 recorrimos por primera vez la zona de La Cañada. Había por entonces algunas consignas políticas y expresiones de dolor desplegadas en las bardas. Los mismos escenarios donde los cadáveres de mujeres son arrojados en esta región azotada con la mayor incidencia de feminicidios en México, lo son también de la expresión doliente del arte urbano. Rostros de mujeres ensombrecidos, trazos alusivos a la muerte (la simbólica, la de azúcar y la concreta, la que llevan detrás de los párpados quienes han sido obligados a presenciarla). En las tapias del Parque Bicentenario Ecatepec, la memoria de las mujeres violadas en Atenco por agentes policiales en 2006, tocaba la llaga de una de las mayores humillaciones sufridas por los mexiquenses. Un año más tarde capas verdes de pintura oficial impusieron su tachadura, inútil censura que sólo calla el descontento, pero no llega a borrarlo de las miradas atribuladas que siguen con curiosidad y sospecha el paso de los viandantes.

Sobrevive el rincón donde dos rostros de mujeres jóvenes en blanco y negro, cuyas miradas penetrantes se asoman entre trazos coloridos en free style: los que están atrapados detrás de los rostros, que estuvieron ahí desde tiempo atrás, y los que fueron colocados posteriormente, uno en agresivo tag negro que rayonea la nariz y la boca de la mujer de la derecha, y otro que rodea el rostro de la izquierda, en elegante fantasía geométrica. No sabemos si los o las artistas retratan a sus seres queridos ni si este acto tiene visos de romance, o si alude a las mujeres raptadas y asesinadas de Ecatepec. Ellas miran fijo, atentas, sin odio ni miedo. Su mirada no es pasiva ni resignada, tiene más bien la fuerza de los ojos inteligentes que cuestionan la miseria humana.

Muchas miradas nos arroban desde los intersticios de los colores. Dos calles más abajo el mismo crew ha plasmado el rostro de un hombre con una mirada triste en el ojo izquierdo, y sumido en una oscura sombra apenas deja ver trazos del ojo derecho, del lado en el que el rostro se deforma. Entre la abstracción vegetal que rodea al rostro encontramos otro ojo que llora. Ojos que sangran, ojos que escrutan, ojos que piensan, el motivo de la mirada nos inquieta y nos redirige a las de los vendedores, los taxistas y los halcones que permanecen en las azoteas tomando nota de todo lo que se mueve por el barrio.

Aunque advertimos pocos tags recientes, sí encontramos un amplio número de murales, entre ellos algunos de estilo chicano con la iconografía religiosa que concilia lo más conservador de la sociedad mexicana con esta cultura urbana que se debate entre la criminalización y el aprecio del barrio; otros, explícitamente propagandísticos, apoyan a candidatos y posiciones políticas. Algunos dejan su número de teléfono, ofreciendo sus servicios de rotulación y pintura. Venden colores, formas y miradas y con ello desafían al ejército de sombras que enmudece a los barrios.



Muralismo viral, compulsivo, ejemplar, recuperativo, egocéntrico, lúdico, surrealista, esquemático, colorido, enamorado, crítico, homenajeante, derechohumanista, insolente, absurdo, cómico, sobrio, piadoso, nacionalista
Nota publicada en la edición 764


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