José María Martínez

La vida misma

Samuel Meléndrez


Me voy a morir pintando

Por Rebeca Ferreiro
16 Junio 2014

“La ciudad es un contenedor de vivencias y estas vivencias las almacenamos en la memoria. Estamos condenados a arrastrar nuestros recuerdos como grilletes; cada rincón de la ciudad tiene la capacidad de almacenar tiempo, y el  tiempo perdido duele”, afirma Samuel Meléndrez, quien confiesa estar unido sentimentalmente a los resquicios urbanos menos emblemáticos de Zapopan y la Ciudad de México. “El profundo amor que siento por la ciudad no lo puedo dejar, es un tema inagotable e infinito”, dice.

Un día, cuando la duda vocacional le hacía cuestionarse su pertenencia a las Ciencias Sociales, se topó con la obra de Javier Campos Cabello en la portada de una revista: “La escena impresa describía una habitación en penumbra atravesada por la proyección de la sombra de una ventana perfilada a la luz de una lámpara de neón. El efecto fue inmediato y duradero”, imagen que tuvo “el poder mágico” de inclinar su balanza directamente hacia el territorio de las artes.

Desde entonces, el ejercicio lúdico y profesional de la pintura y el apego a la ciudad han formado parte indispensable de su vida y obra, ambas compiladas en el catálogo La ciudad y la memoria, que reúne piezas de 20 años de trabajo editado por la Universidad de Guadalajara.

Duda
Tengo imágenes grabadas en la memoria de mis primeros dibujos y esculturitas en plastilina infantiles. Hubo un tiempo en que la familia Meléndrez Bayardo vivió en el DF. Mis padres observaron mi inclinación por el dibujo y el modelado: me inscribieron en los talleres que había en la Ciudad de México, cuando yo tenía 8 años. Pero en la pubertad me olvidé de toda actividad artística, ese fantasma por el arte lo dejé relegado. Regresamos a Zapopan y entré a la preparatoria. Más tarde, asechado por la duda vocacional entré a la facultad de Filosofía y Letras, aunque había pensado también muy seriamente en estudiar Arquitectura. Finalmente, gracias a esa imagen de Javier Campos Cabello, quien se convirtió en mi Maestro, tomé la decisión de ingresar a Artes Plásticas. Fue un momento de ruptura.

Rebeldía
No duré mucho en la escuela, sólo dos años. Me enfadó; me rebelé. Abandoné la escuela junto con mis compañeros Roberto Pulido y Antonio Martínez Guzmán, y rentamos un estudio en Juan Manuel y Alcalde, un espacio que al principio era sumamente sórdido, una especie de vecindad arriba de aquellas jugueterías. En el 95 me dieron ganas de andar de pata de perro y me fui a España a la brava. Ingresé a la Escuela de Artes y Oficios de la Universidad de Granada, pero iba en una situación muy precaria, con el impulso juvenil de la mochila para ver qué pasaba. Estuve año y medio estudiando, pero no fue lo que imaginaba. La vida era muy difícil, yo no sé cómo aguanté tanto pero fue parte del aprendizaje de mi vida.

Reencuentro
Al regreso renté un departamento en la calle Penitenciaría, donde viví una de las etapas más productivas de mi vida —de1997 a 2004— y un estadio de convivencia muy fraterna con Enrique Oroz, Manuel Ramírez, Paco Barreda y Roberto Pulido. En el 2004 decidí trasladarme a la Ciudad de México, una ciudad que representa un estímulo visual increíble e infinito.



Nota publicada en la edición 793


En su propia voz

Samuel Meléndrez Bayardo
Pintor tapatío




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