Jorge Alberto Mendoza

La vida misma

Víctor Hugo Ábrego


Los límites de lo posible

Por Rebeca Ferreiro
23 Junio 2014

Este autonombrado hijo de Camotópolis reside desde hace seis años en Guadalajara, cuando al terminar la carrera de Comunicación en la BUAP, decidió continuar sus estudios de posgrado en la misma área en la Universidad de Guadalajara, y desde entonces poesía y academia —con esa falsa apariencia de desvinculación— han permeado no sólo su obra, sino su aproximación al mundo. Su libro Daga y cogote (Ediciones el viaje, 2014) da cuenta, precisamente, de ambas inquietudes.

Para su tiempo
No sé si hay un destinatario para la literatura en general, uno escribe por su tiempo y para su tiempo. Si lo que escribo es asumido por ciertos perfiles específicos, se trata más bien de asumir que soy un nodo, una consecuencia de las relaciones del mundo del que nazco y que se conecta con las personas que también están siendo parte de una condición de posibilidad de cierta sensibilidad. Los primeros poemas que escribí eran puro odio, empecé siendo obsceno. Eran en realidad gritos ahogados, más terapéuticos que poéticos; pero poco a poco me fui dando cuenta con las lecturas que iba haciendo, de que podía explotar también el verso largo y esta parte más escatológica de la escritura.

Perforar la realidad
La obra poética es la consecuencia de una intención de exaltar nuestra capacidad de producción simbólica. La poesía no se agota en la estética de la contemplación, sino que puede ser inserta en la cotidianidad como un elemento de ruptura o perforación de una realidad que se está construyendo incesantemente, como conjunción inmensa de desfases que se están actualizando, unos más que otros, a partir de códigos de dominación y poder históricamente construidos; aunque el asunto central es identificar ciertas formas de construcción de la realidad que han sido más legitimadas que otras, como el racionalismo, la teleología o la invisibilización de la diferencia, y heteroconstruir, es decir, practicar otras formas de construir lo real. Se trata de cuestionar este humanismo barato que monumentaliza al autor y su obra.


Nombrar con asombro
Decidí participar hace más de un año en un proyecto en la colonia Villas de Nuevo México (en Zapopan), de transdisciplina, dialógica y convivencialidad (conceptos que en sí mismos suelen ser bastante difusos) que consiste en cuestionarse acerca de las formas tradicionales de escribir academia, en buscar ese resquebrajamiento de la escritura lineal, causal, de los sentidos ya petrificados de las palabras, para empezar con nuevas formas de estremecimiento y consternación, que es justo lo que hace la poesía. Se trata de asumir a la creatividad como un asunto de afirmación del sujeto más que como una especie de conversión en artista. Tocábamos a las puertas y, en lugar de aburrirlos con las intenciones que teníamos de hacer un grupo de vecinos, leíamos poemas afuera de su casa, lo que resultó muy efectivo. Como producto de ello, estamos en una fase de poiesis [proceso creativo] de ver la realidad y, literalmente, deslocalizar el sentido tradicional de las cosas, de volver a nombrar el mundo a partir de similitudes; es decir, de hacer poesía pero no en el sentido de virtuosismo en el que se la concibe generalmente, sino en el de nombrar a las cosas como si fueran dichas por primera vez, con asombro como decía Bachelard. Supongo que ésta es una nueva forma en la que estoy haciendo poesía.



Hacer poesía pero no en el sentido de virtuosismo en el que se la concibe generalmente, sino en el de nombrar a las cosas como si fueran dichas por primera vez
Nota publicada en la edición 794


En su propia voz

Víctor Hugo Ábrego
Escritor




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